AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Cuento seleccionado en el "!º Certámen de Relatos "BREVISIMO" del centro de Jubilados de Prensa de Córdoba- 31 Marzo 2009.
Pasaste de nuevo frente a mí. No sé si registraste mi presencia allí como tantas tardes en que sé, te diriges a la Facultad de Artes. Yo estaba como siempre, a la entrada de la céntrica galería. Esa por la que pasas tantas veces.
Te conozco sobradamente aún cuando quizás no lo creas posible. Es más, el rumor de tus pasos, aproximándose, largos, seguros, lo percibo y distingo de otros de inmediato. Entonces espero. Hago una pausa en la canción que intento ejecutar en la vieja armónica y te espero. Sé que sólo un instante nos separa del encuentro que imagino próximo y a la vez tan distante. Es que el mismo durará lo que permita tu prisa del día.
Una nota más quiero extraer de la armónica. Así, segura y armónica, en cada paso que das te aproximas y es quizás con algo de ironía, que quiero acompasar mi canción al ritmo de tu caminar.
Enseguida, el signo que distingue tu presencia se hace patente en mí. Es una percepción profunda, sutil, que todo lo inunda y persiste, como una esencia que, al menos por un momento más, prolonga tu cercanía.
Es éste un perfume de las más exquisitas fragancias. Aroma que te delata y muestra única, separada, como elegida e inigualable a nada conocido.
En el movimiento del aire que desplazas al caminar y que percibo como suave brisa o caricia de niña enamorada, adivino la esbeltez de tu figura.
Pasas a mi lado y aunque no lo creas, siento en mi rostro, la sombra de tus cabellos, movidos por suave brisa de otoño.
Otras veces te siento acompañada y adivino una compañera o quizás, una amiga que va contigo. Es allí cuando registré, más de una vez, tu cantarina voz, tu risa sonora…
Te siento de mil formas distintas. Adivino a lo lejos y compruebo cuando pasas frente a mí, hasta como estás vestida ese día. Como hoy, cuando con botas de fino cuero, pantalones, una blusa y una campera tejida, echada sobre los hombros, pasaste como paseando.
Te conozco y a la vez te imagino de mil formas diferentes. Es que aún cuando te sentí tan cerca tantas veces, hay detalles en ti que no puedo o no encuentro palabras, entre las que conozco y comprendo, también por mi experiencia, para explicar cabalmente mi percepción. Entre ellas, el indescriptible, al menos para mí, color de tus ojos o el brillo de tu cabello, que siento el más bello, quizás semejante a las alas del mirlo, cuyo canto alegra mis horas.
Cómo y con qué comparar el color de tus labios o del brillo con que adornas las uñas de tus manos. Esas que mueves como alas de mariposas en vuelo, cuando pasas conversando animadamente a mi lado.
Te preguntarás en donde reside mi dificultad para delinear, con mayor detalle, esta particular percepción de tus colores, aún cuando los intuyo como ricamente armoniosos.
Es que no sé si coincidiríamos en nuestro modo de describirlos, ya sea por tu sensibilidad a sus múltiples modos de expresión o sus variados tonos, que presiento, combinas hábilmente en tus creaciones visuales o quizás simplemente sea que desde siempre, me conocen aquí como “El Ciego”.
Te conozco sobradamente aún cuando quizás no lo creas posible. Es más, el rumor de tus pasos, aproximándose, largos, seguros, lo percibo y distingo de otros de inmediato. Entonces espero. Hago una pausa en la canción que intento ejecutar en la vieja armónica y te espero. Sé que sólo un instante nos separa del encuentro que imagino próximo y a la vez tan distante. Es que el mismo durará lo que permita tu prisa del día.
Una nota más quiero extraer de la armónica. Así, segura y armónica, en cada paso que das te aproximas y es quizás con algo de ironía, que quiero acompasar mi canción al ritmo de tu caminar.
Enseguida, el signo que distingue tu presencia se hace patente en mí. Es una percepción profunda, sutil, que todo lo inunda y persiste, como una esencia que, al menos por un momento más, prolonga tu cercanía.
Es éste un perfume de las más exquisitas fragancias. Aroma que te delata y muestra única, separada, como elegida e inigualable a nada conocido.
En el movimiento del aire que desplazas al caminar y que percibo como suave brisa o caricia de niña enamorada, adivino la esbeltez de tu figura.
Pasas a mi lado y aunque no lo creas, siento en mi rostro, la sombra de tus cabellos, movidos por suave brisa de otoño.
Otras veces te siento acompañada y adivino una compañera o quizás, una amiga que va contigo. Es allí cuando registré, más de una vez, tu cantarina voz, tu risa sonora…
Te siento de mil formas distintas. Adivino a lo lejos y compruebo cuando pasas frente a mí, hasta como estás vestida ese día. Como hoy, cuando con botas de fino cuero, pantalones, una blusa y una campera tejida, echada sobre los hombros, pasaste como paseando.
Te conozco y a la vez te imagino de mil formas diferentes. Es que aún cuando te sentí tan cerca tantas veces, hay detalles en ti que no puedo o no encuentro palabras, entre las que conozco y comprendo, también por mi experiencia, para explicar cabalmente mi percepción. Entre ellas, el indescriptible, al menos para mí, color de tus ojos o el brillo de tu cabello, que siento el más bello, quizás semejante a las alas del mirlo, cuyo canto alegra mis horas.
Cómo y con qué comparar el color de tus labios o del brillo con que adornas las uñas de tus manos. Esas que mueves como alas de mariposas en vuelo, cuando pasas conversando animadamente a mi lado.
Te preguntarás en donde reside mi dificultad para delinear, con mayor detalle, esta particular percepción de tus colores, aún cuando los intuyo como ricamente armoniosos.
Es que no sé si coincidiríamos en nuestro modo de describirlos, ya sea por tu sensibilidad a sus múltiples modos de expresión o sus variados tonos, que presiento, combinas hábilmente en tus creaciones visuales o quizás simplemente sea que desde siempre, me conocen aquí como “El Ciego”.
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