AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Caminaba por la galería que circundaba uno de los varios patios de la construcción, a la que daban las puertas de pequeñas habitaciones que antes, hasta no hace mucho tiempo, habían estado destinadas a celdas de la cárcel de mujeres hoy vacía y que están dedicadas a paseo público en un coqueto barrio, casi céntrico.
La historia que voy a contar, me fue manifestada sin preguntar y sin ser el resultado de información revelada en ningún tipo de entrevista, más bien me fue develada: se impuso a mi entendimiento con esas presencias, que no se sabe como, van contando la historia.
Creí que el uso de aquellos muros, rejas y puertas ya había cambiado y nada quedaría de su anterior destino, hasta que comencé a percibir sonidos que no sabía de donde provenían.
Un llanto casi contenido, como mitigado por pudor o quizás por estar refugiado contra una almohada casi húmeda por las lágrimas, se sentía de forma nítida. No era un llanto violento, sino que me di cuenta, era el producto de una angustia no contenida y que explotaba del único modo posible, en aquella soledad vigilada. Provenía de detrás de una de las puertas, que sabía habían pertenecido a una de las tantas habitaciones pequeñas, que se usaron como celdas en ese complejo edificio, salvo que ahora, por esas raras circunstancias y características de algunos de éstos, retenía entre sus muros esos sonidos de la memoria y que hoy se están revelando.
No me atreví a abrir la puerta que guardaba aquel sonido. Continué mi caminar por esa galería y llegué a un extremo de la misma. Doblando un codo vi otra puerta pequeña que estaba entreabierta. Pasé a través de la misma y entonces sentí vivamente que algo o alguien comenzaba a hacerme compañía de un modo casi sensible, como si quisiera, sin decirlo, transformarse en mi guía o algo más. Entonces vi que ante mí se extendía hacia abajo una recta escalera de varios peldaños recubiertos de desgastados mármoles blancos, quizás producto de su intenso uso en otra época.
No sabía que la construcción tuviera sótanos, ya que en la guía de los nuevos espacios que se ofrecía a los visitantes, nada se decía de ellos.
Una voz en mi interior me decía en ese momento que me atreviera a bajar esa escalera, porque debía conocer toda la historia. Así lo hice y desemboqué en un ángulo formado por dos corredores angostos que se extendían en direcciones opuestas.
Opté por seguir lo que sentía se me indicaba, tomando el pasillo de la derecha. Estaba tenuemente iluminado, por una especie de ventanas ubicadas muy por encima del plano de las miradas y de muy pequeño tamaño.
A uno de los lados de este corredor, se extendía una sucesión de puertas de gruesa madera, solo abiertas en una pequeña ventanilla alta, cerrada del lado exterior, por un postigo, también de madera.
La parte inferior de la puerta, se hallaba ligeramente separada del piso, en una abertura a todo lo ancho de la misma y que sólo permitía el paso de algún objeto, casi plano, pero ni siquiera asomarse o mirar afuera.
Abrí la puerta que tenía ante mi vista y entré en la pequeña celda, sólo iluminada por una pequeña ventana, con reja de barrotes de hierro, ubicada a una altura inalcanzable para la mano.
Unas manos que no podía ver, aprisionaron las mías a la espalda. Quise defenderme. En ese instante, vino sin ser anunciado, un fuerte golpe en la boca del estómago. Me doblé en dos y casi me hace perder el sentido. No veía a nadie. El dolor me atenaceaba fuertemente. Sentía unas profundas nauseas. Vino otro golpe, esta vez dirigido a mi cabeza, con algo, como revestido de goma dura.
No sé cuanto tiempo pasó. Estaba desnudo y tirado de espaldas sobre un elástico de cama metálico, sin ninguna cobertura. Tenía las muñecas tomadas con algo como grilletes que las mantenían separadas y unidas a los hierros de la cama.
No se percibía luz por la abertura que hacía las veces de ventana. Ignoro cuanto tiempo había pasado. En eso siento un sonido como de pasos que se aproximaban y alguien próximo, como desde otra habitación, que grita: ¡Soy Claudia L.! ¡Soy Claudia L.!, acordate de mi nombre.
En eso se oye una voz que grita: ¡Silencio putas de mierda o las cago matando aquí mismo!
Siento que se abre una puerta cerca. Un golpe contra un cuerpo. Inconfundible. Quizá a la rastra, sacan a alguien. No puedo saber quien es. Sólo se escuchan sonidos indefinibles: pasos, un cerrar de puerta, llaves, un arrastre y luego: nada. Silencio y más silencio. Quise gritar y no pude articular ningún sonido. Aún sentía un fuerte dolor.
Luego alguien o algo volvió en la oscuridad. De entrada me golpeó todo el cuerpo, con algo que se me antojó como toalla mojada, usada a modo de chicote o azote.
Comenzaron a preguntarme, no se cuentas cosas, de algo que tenía que ver con nombres y situaciones que no reconocí. Sentí como que nada de eso tenía que ver conmigo. Querían que confirmara aparentes datos que tenían. Seguía sin saber qué o quienes estaban conmigo.
Entre un cúmulo de agresiones, de la que los golpes y quemaduras con brasa de algo como cigarrillos, aplicada hasta en los lugares más íntimos de mi cuerpo, eran sólo dolores físicos, empezó el tormento sicológico. Allí me alarmé, porque comenzaron a llamar por su nombre a personas de mi entorno más íntimo, refiriendo datos sobre sus actividades y movimientos diarios, con horarios, contactos y circunstancias que ni yo mismo recordaba con tanto detalle.
Allí estaban en la lista, mi madre, mis hermanos, mi esposa y lo peor de todo: mis propios hijos y hasta el nombre de sus amigos.
Comprendí en ese instante, que hasta el producto de nuestro amor, en manos de un sádico, es un arma terrible y puede ser utilizado en nuestra contra.
En algún momento, perdí el sentido y caí en un profundo sueño.
No se cuento tiempo pasó. De pronto empiezo a sentir como una música suave, que se filtra a través de alguna ventana alta.
Abrí los ojos. Me encontraba vestido como al comienzo de esta historia. Estaba sentado en el piso de un corredor, en el sótano de la misma construcción. Frente a mí había una puerta de gruesa madera, con una mirilla alta, cerrada por un pequeño postigo, también de madera.
Me incorporé. Seguía sintiendo la suave música.
Caminé y llegué a un cruce de corredores, a cuyo lado vi que salía hacia arriba, una escalera con peldaños de mármol desgastado.
Subí por allí. Llegué a una galería que daba a un patio que ahora vi estaba cubierto de mesas de bar, con bellas sombrillas de madera, con telas claras, a las que estaban sentadas varias personas, que me vieron pasar, casi con indiferencia.
Continué caminando y la música se oía con mayor intensidad. Salí al exterior del edificio y entonces comprendí todo. No sentía ya, ningún dolor en el cuerpo.
En la fuente principal, un danzar de aguas proyectadas rítmicamente al compás de la suave música, daba un espectáculo de sonido, luz y color. La historia de las historias, corría así una nueva página y no todos la conocían.
La historia que voy a contar, me fue manifestada sin preguntar y sin ser el resultado de información revelada en ningún tipo de entrevista, más bien me fue develada: se impuso a mi entendimiento con esas presencias, que no se sabe como, van contando la historia.
Creí que el uso de aquellos muros, rejas y puertas ya había cambiado y nada quedaría de su anterior destino, hasta que comencé a percibir sonidos que no sabía de donde provenían.
Un llanto casi contenido, como mitigado por pudor o quizás por estar refugiado contra una almohada casi húmeda por las lágrimas, se sentía de forma nítida. No era un llanto violento, sino que me di cuenta, era el producto de una angustia no contenida y que explotaba del único modo posible, en aquella soledad vigilada. Provenía de detrás de una de las puertas, que sabía habían pertenecido a una de las tantas habitaciones pequeñas, que se usaron como celdas en ese complejo edificio, salvo que ahora, por esas raras circunstancias y características de algunos de éstos, retenía entre sus muros esos sonidos de la memoria y que hoy se están revelando.
No me atreví a abrir la puerta que guardaba aquel sonido. Continué mi caminar por esa galería y llegué a un extremo de la misma. Doblando un codo vi otra puerta pequeña que estaba entreabierta. Pasé a través de la misma y entonces sentí vivamente que algo o alguien comenzaba a hacerme compañía de un modo casi sensible, como si quisiera, sin decirlo, transformarse en mi guía o algo más. Entonces vi que ante mí se extendía hacia abajo una recta escalera de varios peldaños recubiertos de desgastados mármoles blancos, quizás producto de su intenso uso en otra época.
No sabía que la construcción tuviera sótanos, ya que en la guía de los nuevos espacios que se ofrecía a los visitantes, nada se decía de ellos.
Una voz en mi interior me decía en ese momento que me atreviera a bajar esa escalera, porque debía conocer toda la historia. Así lo hice y desemboqué en un ángulo formado por dos corredores angostos que se extendían en direcciones opuestas.
Opté por seguir lo que sentía se me indicaba, tomando el pasillo de la derecha. Estaba tenuemente iluminado, por una especie de ventanas ubicadas muy por encima del plano de las miradas y de muy pequeño tamaño.
A uno de los lados de este corredor, se extendía una sucesión de puertas de gruesa madera, solo abiertas en una pequeña ventanilla alta, cerrada del lado exterior, por un postigo, también de madera.
La parte inferior de la puerta, se hallaba ligeramente separada del piso, en una abertura a todo lo ancho de la misma y que sólo permitía el paso de algún objeto, casi plano, pero ni siquiera asomarse o mirar afuera.
Abrí la puerta que tenía ante mi vista y entré en la pequeña celda, sólo iluminada por una pequeña ventana, con reja de barrotes de hierro, ubicada a una altura inalcanzable para la mano.
Unas manos que no podía ver, aprisionaron las mías a la espalda. Quise defenderme. En ese instante, vino sin ser anunciado, un fuerte golpe en la boca del estómago. Me doblé en dos y casi me hace perder el sentido. No veía a nadie. El dolor me atenaceaba fuertemente. Sentía unas profundas nauseas. Vino otro golpe, esta vez dirigido a mi cabeza, con algo, como revestido de goma dura.
No sé cuanto tiempo pasó. Estaba desnudo y tirado de espaldas sobre un elástico de cama metálico, sin ninguna cobertura. Tenía las muñecas tomadas con algo como grilletes que las mantenían separadas y unidas a los hierros de la cama.
No se percibía luz por la abertura que hacía las veces de ventana. Ignoro cuanto tiempo había pasado. En eso siento un sonido como de pasos que se aproximaban y alguien próximo, como desde otra habitación, que grita: ¡Soy Claudia L.! ¡Soy Claudia L.!, acordate de mi nombre.
En eso se oye una voz que grita: ¡Silencio putas de mierda o las cago matando aquí mismo!
Siento que se abre una puerta cerca. Un golpe contra un cuerpo. Inconfundible. Quizá a la rastra, sacan a alguien. No puedo saber quien es. Sólo se escuchan sonidos indefinibles: pasos, un cerrar de puerta, llaves, un arrastre y luego: nada. Silencio y más silencio. Quise gritar y no pude articular ningún sonido. Aún sentía un fuerte dolor.
Luego alguien o algo volvió en la oscuridad. De entrada me golpeó todo el cuerpo, con algo que se me antojó como toalla mojada, usada a modo de chicote o azote.
Comenzaron a preguntarme, no se cuentas cosas, de algo que tenía que ver con nombres y situaciones que no reconocí. Sentí como que nada de eso tenía que ver conmigo. Querían que confirmara aparentes datos que tenían. Seguía sin saber qué o quienes estaban conmigo.
Entre un cúmulo de agresiones, de la que los golpes y quemaduras con brasa de algo como cigarrillos, aplicada hasta en los lugares más íntimos de mi cuerpo, eran sólo dolores físicos, empezó el tormento sicológico. Allí me alarmé, porque comenzaron a llamar por su nombre a personas de mi entorno más íntimo, refiriendo datos sobre sus actividades y movimientos diarios, con horarios, contactos y circunstancias que ni yo mismo recordaba con tanto detalle.
Allí estaban en la lista, mi madre, mis hermanos, mi esposa y lo peor de todo: mis propios hijos y hasta el nombre de sus amigos.
Comprendí en ese instante, que hasta el producto de nuestro amor, en manos de un sádico, es un arma terrible y puede ser utilizado en nuestra contra.
En algún momento, perdí el sentido y caí en un profundo sueño.
No se cuento tiempo pasó. De pronto empiezo a sentir como una música suave, que se filtra a través de alguna ventana alta.
Abrí los ojos. Me encontraba vestido como al comienzo de esta historia. Estaba sentado en el piso de un corredor, en el sótano de la misma construcción. Frente a mí había una puerta de gruesa madera, con una mirilla alta, cerrada por un pequeño postigo, también de madera.
Me incorporé. Seguía sintiendo la suave música.
Caminé y llegué a un cruce de corredores, a cuyo lado vi que salía hacia arriba, una escalera con peldaños de mármol desgastado.
Subí por allí. Llegué a una galería que daba a un patio que ahora vi estaba cubierto de mesas de bar, con bellas sombrillas de madera, con telas claras, a las que estaban sentadas varias personas, que me vieron pasar, casi con indiferencia.
Continué caminando y la música se oía con mayor intensidad. Salí al exterior del edificio y entonces comprendí todo. No sentía ya, ningún dolor en el cuerpo.
En la fuente principal, un danzar de aguas proyectadas rítmicamente al compás de la suave música, daba un espectáculo de sonido, luz y color. La historia de las historias, corría así una nueva página y no todos la conocían.
Agradezco especialmente a:
Carolina MOINE - Diseñadora Gráfica-Córdoba-Capital,
por haberme aportado esta imágen, que es su interpretación de este cuento.
me gusta :)
ResponderEliminarGracias Eugenia. A veces ese recurso de trastrocar los tiempos, nos permite alguna reflexión sobre sucesos y lugares que los albergaron y hoy cambiaron su destino. Quizás sea cierto que los objetos o lugares que conocimos u otros conocieron, guardan algo de nosotros mismos...
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