PARTICIPACIONES

He decidido adherir a la publicación de algunos de mis escritos en la página: www.tuloescribes.com.ar






Allí lo hago bajo el seudónimo: ODERFLA.



Agradeceré sus comentarios.


Después de mucho tiempo, vuelvo a publicar en el Blog. espero comentarios, opiniones, críticas, etc.




miércoles, 6 de enero de 2010

SENTIRES (cuento)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Cuento seleccionado en el "!º Certámen de Relatos "BREVISIMO" del centro de Jubilados de Prensa de Córdoba- 31 Marzo 2009.
Pasaste de nuevo frente a mí. No sé si registraste mi presencia allí como tantas tardes en que sé, te diriges a la Facultad de Artes. Yo estaba como siempre, a la entrada de la céntrica galería. Esa por la que pasas tantas veces.
Te conozco sobradamente aún cuando quizás no lo creas posible. Es más, el rumor de tus pasos, aproximándose, largos, seguros, lo percibo y distingo de otros de inmediato. Entonces espero. Hago una pausa en la canción que intento ejecutar en la vieja armónica y te espero. Sé que sólo un instante nos separa del encuentro que imagino próximo y a la vez tan distante. Es que el mismo durará lo que permita tu prisa del día.
Una nota más quiero extraer de la armónica. Así, segura y armónica, en cada paso que das te aproximas y es quizás con algo de ironía, que quiero acompasar mi canción al ritmo de tu caminar.
Enseguida, el signo que distingue tu presencia se hace patente en mí. Es una percepción profunda, sutil, que todo lo inunda y persiste, como una esencia que, al menos por un momento más, prolonga tu cercanía.
Es éste un perfume de las más exquisitas fragancias. Aroma que te delata y muestra única, separada, como elegida e inigualable a nada conocido.
En el movimiento del aire que desplazas al caminar y que percibo como suave brisa o caricia de niña enamorada, adivino la esbeltez de tu figura.
Pasas a mi lado y aunque no lo creas, siento en mi rostro, la sombra de tus cabellos, movidos por suave brisa de otoño.
Otras veces te siento acompañada y adivino una compañera o quizás, una amiga que va contigo. Es allí cuando registré, más de una vez, tu cantarina voz, tu risa sonora…
Te siento de mil formas distintas. Adivino a lo lejos y compruebo cuando pasas frente a mí, hasta como estás vestida ese día. Como hoy, cuando con botas de fino cuero, pantalones, una blusa y una campera tejida, echada sobre los hombros, pasaste como paseando.
Te conozco y a la vez te imagino de mil formas diferentes. Es que aún cuando te sentí tan cerca tantas veces, hay detalles en ti que no puedo o no encuentro palabras, entre las que conozco y comprendo, también por mi experiencia, para explicar cabalmente mi percepción. Entre ellas, el indescriptible, al menos para mí, color de tus ojos o el brillo de tu cabello, que siento el más bello, quizás semejante a las alas del mirlo, cuyo canto alegra mis horas.
Cómo y con qué comparar el color de tus labios o del brillo con que adornas las uñas de tus manos. Esas que mueves como alas de mariposas en vuelo, cuando pasas conversando animadamente a mi lado.
Te preguntarás en donde reside mi dificultad para delinear, con mayor detalle, esta particular percepción de tus colores, aún cuando los intuyo como ricamente armoniosos.
Es que no sé si coincidiríamos en nuestro modo de describirlos, ya sea por tu sensibilidad a sus múltiples modos de expresión o sus variados tonos, que presiento, combinas hábilmente en tus creaciones visuales o quizás simplemente sea que desde siempre, me conocen aquí como “El Ciego”.

CITA PARA TRES (poesía)






Autor: Miguel VALLE - Ciudad de Córdoba - ARGENTINA






Hoy no será, como un día más,
en el cual despertar, sea dejar de soñar,
porque hoy tu vendrás, en visita fugaz
y harás de mis sueños, la cruel realidad.
¿Qué será, qué será?, que no puedo escapar,
de tu hechizo tenaz, de mi suerte fatal,
porque hoy tu vendrás, cual gaviota que al mar
se le acerca, lo besa y más pronto se va.

Hoy tu vendrás, y yo estaré,
y la distancia estará también,
y jugaremos entre los tres,
a ser los ojos que no se ven.
Hoy tu vendrás, sonreiré,
y la distancia hará el café,
será el más negro que yo veré,
y el más amargo que probaré.

Hoy tu vendrás, ¿y para qué?,
si mis manos no alcanzarán,
de esa tu piel, la calidez,
tan peligrosa como el volcán.
Ni de tu nombre tengo el placer,
Y solo me queda el adivinar:
¿qué bellas letras serán tal vez,
las que mi pecho quiere gritar?.

Hoy no será, como un día más,
Aunque el sol brillará y la luna saldrá,
éstos nunca podrán ver el fondo del mar,
porque solo iluminan lo superficial.
Hoy no será, solo un día más,
será un día especial, un encuentro genial,
la distancia estará, como siempre puntual,
y yo haré tonterías, porque hoy tu vendrás.

BORBOTONES (impresiones)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba -ARGENTINA
Para Eugenia que lo pidió...
A borbotones llegan las palabras que escapan, fluyendo como sangre de una herida abierta, pulsar violento de antiguas y presentes angustias contenidas.
Palabras que expresan sentimientos no siempre bien definidos, pero presentes y reales al fin.
¿A quien dirigir la palabra que brota libremente, en un tiempo de nuevo alumbramiento, cuando ya los canales de antiguas comunicaciones, puentes, senderos y caminos se han cerrado? ¿Alguna vez encontrarás la senda perdida, palabra que hoy aquí brota?
Necesidad contenida que pugna ardiente por salir a la luz, aún cuando su destino solo tiene la certidumbre de lo indefinido.
¿Destinatario? Quizá Vos, que me lees y puedes ver y entrever, en estas pequeñeces, algo del fragor y la pasión contenidas, que tratan de escapar y expresarse.
¡Oh palabra! Don concedido de expresión destinado a una comunicación no siempre posible.
Hubo un tiempo de tiempos compartidos en el que el borbotón de pequeños borbotones, era la culminación de expresiones de amor.
Pasó el tiempo de la angustia contenida, de la lágrima que brota sin que la llames: quemante, ardiente, lacerante, pero reparadora al fin.
Hay un tiempo nuevo. Como rayo de luz que se cuela en una ventana apenas entreabierta, aparece una perspectiva apenas entrevista, pero que quizá con golpes, andares y desandares, pasos y retrasos, aperturas y cerrazones, permitirá encarar una nueva realidad de esperanza renovada.

MI NEGRA (cuento)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA

Al principio no la había visto. Es más, ni siquiera sabía que pudiera existir algo así, al punto que incursioné, quizá tontamente, con otras que no terminaban de satisfacerme.
Era como si no hubiera con éstas, esa extraña compatibilidad que pocas veces se da. Algo siempre quedaba como desajustado, o muy grande o muy chico. No sé...
Hasta que la vi. De entrada fue como un sutil flechazo. Había estado un tanto apartada, como si no quisiera mezclarse con las otras, que venían de haber hecho shopping por largo tiempo.
Estas últimas, vestían con una suerte de prendas tramadas o caladas de una extraña fibra que las cubría, dejando solo a la vista, sus brazos y piernas, por cierto nada desagradables.
Les decía que la vi y allí comenzó un gran enamoramiento. La miré con detenimiento y cabalmente comprendí que sería una compañía casi perfecta. Su estructura sutil, con piernas finamente torneadas y sus pies, enfundados en unas pequeñas zapatillas, que las dejaban ver casi en su totalidad.
¡Y su color! Ébano purísimo. Al punto que se destacaba claramente de las otras que allí estaban
Al instante comprendí que debía procurar, por todos los medios, que fuera solo mía. Presentía que podría darse entre nosotros una especie de compatibilidad total, como si hubiéramos estado hechos el uno para la otra y viceversa.
Me aproximé y de entrada nomás, me aceptó sin palabras en su presencia. Nos aproximamos y allí nomás comenzó un romance, que ahora sé, se prolongaría por un tiempo solo signado por un idilio permanente.
Allí donde yo estaba, me acompañaba como una presencia eterna, donde parecía que una extraña simbiosis se había producido.
Demás está decir que la consideré única e irrepetible.
Degustábamos juntos los más exóticos platos de la cocina local, que parecía era de su preferencia, culminados habitualmente, los sábados, con ese postre especial... ustedes me entienden y luego de una larga noche, un desayuno con café, finos productos de panadería artesanal y jugos de las mejores frutas de estación.
Juntos pasamos largas horas a la luz de la luna en aquel patio, compartiendo el aroma de algún buen cigarro y prolongada charla.
Sus curvas eran perfectas y enseguida lo comprobamos. Fue un encuentro piel a piel, en algo que nos fundía en un encuentro total, donde cada centímetro de ella se me ofrecía generoso hasta unirnos de un modo cabal.
¡Mi negra! Te nombro y vuelven a mí, los más bellos recuerdos de tantos momentos compartidos...
Confieso que el entendimiento era tan profundo, que hasta sentía celos si alguien siquiera te miraba y mucho más si pretendía tener contigo algún acercamiento.
Todo se desarrolló armoniosamente, en un diálogo permanente, hasta aquel fatídico 15 de diciembre.
Como todos los días desde no se cuando, estábamos muy juntos. Nada hacía presentir que nuestra relación pudiera siquiera sufrir el más mínimo deterioro. Hasta que, no se si tu intuición te hizo presentir que yo, tontamente, había mirado a aquella colorada de torneadas piernas, enfundadas en largas botas plateadas.
¡Qué fatalidad! En un instante todo se quebró. Te me escurriste como profundamente dolida, quebrada. Ya no quisiste siquiera tener contacto conmigo.
Me dejaste demudado, vencido, tirado en el piso con toda mi humanidad afectada.
Allí comprendí que nunca más podría tenerte y compartir aquellos momentos que nos vieron juntos y que eran el comentario de tantos.
Para qué seguir. Solo me quedará de ella su bello recuerdo.
Una cosa me resta decirles para despejar toda duda de esta relación que me conmovió:
Mi negra era mi pobre silla plástica adquirida en el súper.
Agradezco especialmente a la Diseñadora Gráfica: Carolina MOINE, Córdoba, por esta imágen para ilustrar el cuento.

lunes, 4 de enero de 2010

FLORES DE VLADY (Cuento)

AUTOR: Alfredo Mors -Córdoba - ARGENTINA
Era tan joven y hermoso que se diría que ni el tiempo ni las edades hubieran pasado para él.
En el pueblo no se conocía el origen de este personaje, que un día apareciera, hacía de esto un tiempo que ya nadie recordaba, pero que se perdía en la desmemoria colectiva.
Lo que a todos estremecía es que parecía como si el tiempo no hubiera pasado para él. Todo su aspecto se mantenía de un mismo modo: su mismo porte, su cabello largo y de un intenso color negro, con brillo natural. La tersura de su piel y su enigmática sonrisa en una boca de finos labios.
Nadie sabía a ciencia cierta cual era su ocupación que le permitía una existencia sin sobresaltos. Sólo se conocía de él, que tenía y cuidaba con esmero, un jardín de exóticas flores, pero no se sabía que comerciara con ellas. Al menos no en el pueblo.
Había sí, ciertos momentos en que desaparecía de los lugares habituales, sin que nadie pudiera precisar donde se encontraba.
Alguien, hacía de esto mucho tiempo, afirmaba que su nombre verdadero era Vladimiro, aunque todos lo conocían por Vlady.
En el pueblo habían ocurrido, desde que se tenía memoria, algunos casos extrañísimos de jóvenes mujeres de quienes nunca más se supo. Algunos afirmaban que, cansadas de la rutina pueblerina, se habían ido a ciudades importantes. Lo extraño era que no se había tenido más noticias. Ni tan sólo un rumor.
Elizabeth tenía 18 años y estaba en el despertar de todos sus sentidos. Como muchas jóvenes antes, miraba con algo más que curiosidad a Vlady, de quien le atraía todo: su porte, su sonrisa, el color de su cabello, etc. pero le intrigaba particularmente esa flor, que no podía describir y que Vlady acostumbraba llevar en su solapa.
Se había propuesto quizás conocer algo del misterioso personaje. Vlady decididamente le gustaba más que cualquiera de los muchachos que conocía.
Caminó hacia la casona donde sabía vivía Vlady, sólo impulsada por su deseo de verlo. En eso que iba de camino, sintió a su espalda un indescriptible perfume a flores que no llegaba a definir.
Se dio vuelta y sólo pudo percibir, casi como si cubriera todo su campo visual, un rostro joven, intensamente joven, como si se renovara permanentemente. El largo cabello negro enmarcaba este juvenil rostro. El resto de la figura iba cubierto con un saco largo, sobre pantalones, todo ello muy negro.
Sólo una nota de color en esta figura, que al momento descubrió como Vlady: una exótica flor, que no conocía, lucía en la solapa de su sacón.
Una amplia sonrisa primero, en el rostro de Vlady, que la hizo fijar la vista en sus ojos de profundo color azul, casi resplandeciente. Luego la sonrisa que cambia, trocándose en una mueca siniestra.
Inmediatamente siente un perfume intenso que la invade, sumiéndola en un sopor e inmovilidad totales. Unas manos de largos dedos, muy blancas, la aprisionan.
En seguida, percibe un intenso brillo metálico en una de esas manos. Un puñal en esas manos. Amenaza, sin pronunciar palabras. Ella quiere pedir ayuda pero no puede articular ningún sonido.
Algo sostiene fuertemente sus manos. Se ve casi arrastrada hacia la casona de Vlady, a cuyas puertas se encontraba, no sabiendo cómo había llegado hasta allí.
Él, en la sala de la casa, quiere besarla. Ella se resiste. Siente que con un agudo filo, desgarran su vestido. Trata de escapar y no puede.
Siente que todo su cuerpo se desgarra. Un instante después, el frío del acero penetrando en su cuerpo y luego un frío que le va ganando, mientras se siente caer en un profundo pozo de sombras y muerte.
Vlady toma el cuerpo ya exánime de Elizabeth y lo traslada hacia el jardín. Allí, al pie de la ventana de su dormitorio, ubicado en la planta alta, cava una fosa y deposita el cuerpo, tapándolo sólo con tierra. Otros cuerpos yacían en ese mismo jardín y le daban su alimento. Finalmente coloca sobre la fosa una planta de rosas trepadoras.
En el pueblo, ya de noche, se desata una investigación policial, ante la desaparición de Elizabeth.
Por testimonios e indicios, habiendo pasado tan sólo 24 horas, encaminan sus pasos hacia la casona de Vlady.
Las puertas del frente están sin llaves, pero nadie sale a atenderles. Un fuerte, intenso, aroma de flores, inunda la estancia principal, especialmente la sala y se propaga y percibe en toda la casa.
Van hacia la planta alta, donde se acrecienta el aroma a flores con mayor intensidad. Entran en el cuarto principal. Sobre una cama, con cobertor de terciopelo oscuro, una figura humana o lo que queda de ella. Vestida con pantalones y un sacón largo y negro, tanto como sus largos cabellos. Un rostro. Viejo, decrépito, con una indescifrable edad. Muerto desde no se puede precisar cuando.
El cadáver está envuelto, como tomado, abrazado, enlazado, entretejido, entre ramas de una enredadera colmada de pequeñas rosas pálidas, de las que emana el profundo aroma de flores.
Estas ramas han penetrado en la alcoba a través de la ventana y provienen del jardín, justo debajo de la misma ventana, desde un sector, con forma de fosa, y con la tierra removida recientemente.

A FEDERICO (poesía)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
(referido a García Lorca)
Allá lejos y hace tiempo, ayer,
a Federico lo han matado,
muchos dijeron: ya lo han borrado
más cómo pudieron pretender
quitarlo del gran querer
de la España que tanto amaba.
Fue esa saña que todo quemaba
la que quiso así resolver,
y con fuego de fusiles acallar
la voz que no pudieron silenciar,
y que hoy resuena por doquier.
Su sangre impregnó la tierra
y vuelve en nuevo linaje
de los que con gran coraje
son un pueblo que no yerra.
Yerma quedó la sierra,
la flor de su verbo se ha ido,
el verso quedó desvalido
de verdades que él encierra.
Prosa, teatro o poesía
brotaron de esplendorosa pluma,
así su obra hoy es suma,
de una grandiosa armonía.

CARBONCILLO (cuento)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Estaba allí encerrado entre madera: un simple carboncillo negro que sólo, nada podría haber sido. Engalanado y a la vez condenado a vivir una vida de prisión de madera laqueada de color, con unas inscripciones que pretendían mostrar, en pocas palabras, letras y números, algo que definiera su esencia.

Él sabía que así, preso entre madera, nada podría declarar ni decir. Sólo quizás lucir entre otros de su misma naturaleza en adornada cartuchera o en un cuenco apropiado a su fin, sobre la pulida superficie de madera de una mesa especial, siempre a mano y disponible para que su dueña, liberara su alma y pudiera entregarse en alguna rima poética.

Él trataba de destacarse de entre sus iguales, quizás por el color de la laca de su madera, aún cuando supiera que la misma sólo era una cárcel y sostén, para permitirle ser lo que debía ser: un instrumento en manos creativas.

Él quería expresarse. Extinguirse poco a poco en un rasgar continuo de papeles que fueran recibiendo su negra sangre de carbón, para así facilitar la transmisión del mensaje del cual era portador.

Una mano cariñosa lo tomó, miró sus inscripciones pequeñas y decidió que había llegado el momento en que, corriendo sobre blancas superficies, fuera él instrumento entre la mente y el papel. Fue elegido. Alguien lo liberaría poco a poco de su prisión de madera, con cortante herramienta de agudo filo, quitando en cada astilla algo de su cepo, para descubrir. En breve porción, algo de su alma.

Allí aparecía ahora expuesta a la luz, su lanza de carbón. Al fin respondería a su razón de ser.

Primero la madera que lo aprisionaba y con ella él mismo en su interior, fue tomado en un gesto que parecía conocido, entre los dedos de una mano femenina que de él se valdría para contar una historia.

Comenzó así a derramarse gota a gota, punto a punto, trazo a trazo, en una carta amorosa. Su alma iba así quedando adherida al papel, siendo parte del mensaje, sin ser él, pero sabiendo que así cumplía con su fin último.

Allí comprendió que nunca más volvería a su prisión de madera y su esencia quedaría, por siempre, ligada indisolublemente a ese particular mensaje.

La mente, el brazo, la mano y los dedos, presionando y guiando suavemente la madera que lo aprisionaba, habían dado vida al carboncillo.

Hoy había alcanzado al fin la madurez de su ser. Hoy podía definitivamente denominarse lápiz.

SOMBRAS (poesía)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Trocaste en sombras tu mirada
encerrando en silencio el reproche,
se escondió el sol, vino la noche,
toda pasión, quedó al fin olvidada.

Cubrió tu rostro una nube
con sombras de melancolía,
ya no refleja aquella alegría
que del corazón, a la razón sube.

TABACOS ENCENDIDOS (cuento)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
El trozo de madera había estado allí durante mucho tiempo, Retazo vaya a saber que partida que se usó para construir algún mueble de estilo, en el taller de carpintería. No era grande ni pequeño. Apenas un poco más que un taco o despunte de un puntal.

De pronto había adquirido importancia. Lo tomé entre mis manos y lo deposité sobre el banco de carpintería. No tenía previsto realizar con el mismo ningún trabajo, ni cumplir con ningún encargo particular.

Empecé a contemplarlo con detenimiento. Me llamó la atención lo intrincado de su veta irregular, con infinidad de pequeños nudos, el color rojizo de sus fibras. Empecé a imaginar que hacer con el mismo.

Busqué algunas herramientas: formones, gubias, alguna sierra de arco pequeña y las fui disponiendo para tenerlas a mano.

Tomé el trozo de madera y lo dispuse en la prensa de madera del banco de carpintero. Comencé a hacer algunos cortes y acompañando los mismos empecé a percibir, que junto con el aserrín que se generaba, se desprendía un aroma de resinas contenidas que inundaron, como suave bálsamo, la quietud del taller.

Continué quitando partes de esa, por ahora informe estructura de madera y la forma comenzó a imponerse por sí misma. Allí estaba aprisionada y pedía ser liberada. La labor estaba definida. El cuenco para poner el tabaco ya podía considerarse una adecuada cazoleta y también empezaba a definir el cilindro destinado a conectarse con una boquilla negra.

Comencé el delicado trabajo de pulir las superficies que habían quedado expuestas y con esta labor, se evidenció toda la belleza de la intrincada veta, con dibujos como pequeños puntos o nudos que semejaban flores. Pulí cada segmento de la pequeña pieza y cada tanto, la tomaba en mi mano, como si hubiera estado destinada desde siempre a estar allí.

Decidí aplicarle un lustre casi mate, con muy poco brillo, a fin de permitir que la madera expresara toda su belleza natural, al par que permitiera percibir su calidez.

Ajusté una boquilla que ya tenía y la contemplé: había completado la pequeña obra. Era uno de esos objetos pensados y logrados para darme un doble gusto: hacerlo y luego disfrutarlo.

Comencé a usarlo del modo que había aprendido en experiencias anteriores: coloqué una pequeña cantidad de tabaco de la mezcla que más apetecía y encendiendo un fósforo de madera, comencé a degustar el sabor del tabaco, mientras de la pipa, pues de ese objeto se trataba, iban elevándose unas volutas de humo blanquecino de formas indefinidas.

Estaba sentado en el mismo taller, en un sillón de madera que nunca nadie retiró y que había adoptado para mí, quizá por su rusticidad o la comodidad de sus formas y en el que podía sentarme, sin cuidado, con la misma ropa de trabajo, habitualmente cubierta de fino aserrín que se adhería a su tela.

El humo que se iba generando y quizá la mezcla elegida de tabacos, me fue induciendo una especie de sueño, en el que el calor de la madera entre mis dedos, acompañaba la calidez de algunos recuerdos que comenzaban a acudir.

La tranquilidad del momento, inducida por la pausa que me permitía, me llevó a contemplar a mi alrededor y fijar la vista, especialmente, en la pila de astillas y virutas de madera que se habían ido acumulando como resultado de horas de trabajo.

La forma de estos retazos aparentemente nada decía en sí misma, hasta que empecé a relacionar algunas de las formas, de modo que comencé a ver en aquellas volutas y curvas de las virutas de madera, algo que me hizo recordar aquellos rizos castaños, que adornaban la suavidad de sus rasgos. Entonces el humo se transformó en figura, la figura en rostro y el rostro en Ella. ¿Para que decir su nombre si lo llevo grabado en mi memoria de modo imborrable? Su misma sonrisa que dejaba entrever la perfección de sus dientes y esa chispa que iluminaba su mirada.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Por qué hoy volvía a mí con esta figura de juventud? Unas breves vacaciones en las sierras. Una cabaña rentada por días. Apenas una comida preparada para agasajarla. Aún percibo esos condimentos suavemente mezclados. Un vino elegido para la ocasión y degustado con placer. El fuego en el hogar. Otro aroma de maderas, esta vez consumiéndose. Sólo nosotros dos, sobre la alfombra a la que habíamos arrojado unos almohadones sueltos, para estar más cerca del fuego. Las llamas trazando mil distintos dibujos.

Su boca que se entreabre. Sus ojos tiernamente me miran anhelantes. Nuestras manos en suaves caricias. Las bocas se juntan en interminable beso. Nos buscamos de mil modos, recorriéndonos, sintiendo que a cada caricia va creciendo el deseo. Nos revelamos totalmente. Nuestros cuerpos se funden en un abrazo total. El goce. Todo estalla en un instante brevísimo y a la vez eterno de placer. Mil chispas de colores de ese fuego interior que nos quemaba, explotan a un mismo tiempo.

Sus rizos castaños desparramados sobre uno de los almohadones. Yacemos juntos, dueños del tiempo. El fuego se ha consumido, quedan sólo tizones rojos que brillan en la oscuridad.

Un pequeño brillo rojo en el fondo de una cazoleta de madera en mi mano. Un quemarse de tabacos, con su particular aroma, que se va extinguiendo. Quietud en el taller de carpintería. Quizá un nuevo fuego de tabacos encendidos vuelva a traerme su presencia...

APRISIONADA (cuento)

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA
Caminaba por la galería que circundaba uno de los varios patios de la construcción, a la que daban las puertas de pequeñas habitaciones que antes, hasta no hace mucho tiempo, habían estado destinadas a celdas de la cárcel de mujeres hoy vacía y que están dedicadas a paseo público en un coqueto barrio, casi céntrico.
La historia que voy a contar, me fue manifestada sin preguntar y sin ser el resultado de información revelada en ningún tipo de entrevista, más bien me fue develada: se impuso a mi entendimiento con esas presencias, que no se sabe como, van contando la historia.
Creí que el uso de aquellos muros, rejas y puertas ya había cambiado y nada quedaría de su anterior destino, hasta que comencé a percibir sonidos que no sabía de donde provenían.
Un llanto casi contenido, como mitigado por pudor o quizás por estar refugiado contra una almohada casi húmeda por las lágrimas, se sentía de forma nítida. No era un llanto violento, sino que me di cuenta, era el producto de una angustia no contenida y que explotaba del único modo posible, en aquella soledad vigilada. Provenía de detrás de una de las puertas, que sabía habían pertenecido a una de las tantas habitaciones pequeñas, que se usaron como celdas en ese complejo edificio, salvo que ahora, por esas raras circunstancias y características de algunos de éstos, retenía entre sus muros esos sonidos de la memoria y que hoy se están revelando.
No me atreví a abrir la puerta que guardaba aquel sonido. Continué mi caminar por esa galería y llegué a un extremo de la misma. Doblando un codo vi otra puerta pequeña que estaba entreabierta. Pasé a través de la misma y entonces sentí vivamente que algo o alguien comenzaba a hacerme compañía de un modo casi sensible, como si quisiera, sin decirlo, transformarse en mi guía o algo más. Entonces vi que ante mí se extendía hacia abajo una recta escalera de varios peldaños recubiertos de desgastados mármoles blancos, quizás producto de su intenso uso en otra época.
No sabía que la construcción tuviera sótanos, ya que en la guía de los nuevos espacios que se ofrecía a los visitantes, nada se decía de ellos.
Una voz en mi interior me decía en ese momento que me atreviera a bajar esa escalera, porque debía conocer toda la historia. Así lo hice y desemboqué en un ángulo formado por dos corredores angostos que se extendían en direcciones opuestas.
Opté por seguir lo que sentía se me indicaba, tomando el pasillo de la derecha. Estaba tenuemente iluminado, por una especie de ventanas ubicadas muy por encima del plano de las miradas y de muy pequeño tamaño.
A uno de los lados de este corredor, se extendía una sucesión de puertas de gruesa madera, solo abiertas en una pequeña ventanilla alta, cerrada del lado exterior, por un postigo, también de madera.
La parte inferior de la puerta, se hallaba ligeramente separada del piso, en una abertura a todo lo ancho de la misma y que sólo permitía el paso de algún objeto, casi plano, pero ni siquiera asomarse o mirar afuera.
Abrí la puerta que tenía ante mi vista y entré en la pequeña celda, sólo iluminada por una pequeña ventana, con reja de barrotes de hierro, ubicada a una altura inalcanzable para la mano.
Unas manos que no podía ver, aprisionaron las mías a la espalda. Quise defenderme. En ese instante, vino sin ser anunciado, un fuerte golpe en la boca del estómago. Me doblé en dos y casi me hace perder el sentido. No veía a nadie. El dolor me atenaceaba fuertemente. Sentía unas profundas nauseas. Vino otro golpe, esta vez dirigido a mi cabeza, con algo, como revestido de goma dura.
No sé cuanto tiempo pasó. Estaba desnudo y tirado de espaldas sobre un elástico de cama metálico, sin ninguna cobertura. Tenía las muñecas tomadas con algo como grilletes que las mantenían separadas y unidas a los hierros de la cama.
No se percibía luz por la abertura que hacía las veces de ventana. Ignoro cuanto tiempo había pasado. En eso siento un sonido como de pasos que se aproximaban y alguien próximo, como desde otra habitación, que grita: ¡Soy Claudia L.! ¡Soy Claudia L.!, acordate de mi nombre.
En eso se oye una voz que grita: ¡Silencio putas de mierda o las cago matando aquí mismo!
Siento que se abre una puerta cerca. Un golpe contra un cuerpo. Inconfundible. Quizá a la rastra, sacan a alguien. No puedo saber quien es. Sólo se escuchan sonidos indefinibles: pasos, un cerrar de puerta, llaves, un arrastre y luego: nada. Silencio y más silencio. Quise gritar y no pude articular ningún sonido. Aún sentía un fuerte dolor.
Luego alguien o algo volvió en la oscuridad. De entrada me golpeó todo el cuerpo, con algo que se me antojó como toalla mojada, usada a modo de chicote o azote.
Comenzaron a preguntarme, no se cuentas cosas, de algo que tenía que ver con nombres y situaciones que no reconocí. Sentí como que nada de eso tenía que ver conmigo. Querían que confirmara aparentes datos que tenían. Seguía sin saber qué o quienes estaban conmigo.
Entre un cúmulo de agresiones, de la que los golpes y quemaduras con brasa de algo como cigarrillos, aplicada hasta en los lugares más íntimos de mi cuerpo, eran sólo dolores físicos, empezó el tormento sicológico. Allí me alarmé, porque comenzaron a llamar por su nombre a personas de mi entorno más íntimo, refiriendo datos sobre sus actividades y movimientos diarios, con horarios, contactos y circunstancias que ni yo mismo recordaba con tanto detalle.
Allí estaban en la lista, mi madre, mis hermanos, mi esposa y lo peor de todo: mis propios hijos y hasta el nombre de sus amigos.
Comprendí en ese instante, que hasta el producto de nuestro amor, en manos de un sádico, es un arma terrible y puede ser utilizado en nuestra contra.
En algún momento, perdí el sentido y caí en un profundo sueño.
No se cuento tiempo pasó. De pronto empiezo a sentir como una música suave, que se filtra a través de alguna ventana alta.
Abrí los ojos. Me encontraba vestido como al comienzo de esta historia. Estaba sentado en el piso de un corredor, en el sótano de la misma construcción. Frente a mí había una puerta de gruesa madera, con una mirilla alta, cerrada por un pequeño postigo, también de madera.
Me incorporé. Seguía sintiendo la suave música.
Caminé y llegué a un cruce de corredores, a cuyo lado vi que salía hacia arriba, una escalera con peldaños de mármol desgastado.
Subí por allí. Llegué a una galería que daba a un patio que ahora vi estaba cubierto de mesas de bar, con bellas sombrillas de madera, con telas claras, a las que estaban sentadas varias personas, que me vieron pasar, casi con indiferencia.
Continué caminando y la música se oía con mayor intensidad. Salí al exterior del edificio y entonces comprendí todo. No sentía ya, ningún dolor en el cuerpo.
En la fuente principal, un danzar de aguas proyectadas rítmicamente al compás de la suave música, daba un espectáculo de sonido, luz y color. La historia de las historias, corría así una nueva página y no todos la conocían.

Agradezco especialmente a:

Carolina MOINE - Diseñadora Gráfica-Córdoba-Capital,

por haberme aportado esta imágen, que es su interpretación de este cuento.