PARTICIPACIONES

He decidido adherir a la publicación de algunos de mis escritos en la página: www.tuloescribes.com.ar






Allí lo hago bajo el seudónimo: ODERFLA.



Agradeceré sus comentarios.


Después de mucho tiempo, vuelvo a publicar en el Blog. espero comentarios, opiniones, críticas, etc.




jueves, 25 de febrero de 2010

BRILLO DE LUNA


Autor: Alfredo Rafael MORS - Concepción - Pcia. de Tucumán
"Una mirada no dice nada y al mismo tiempo lo dice todo..." Carlos Varela


Luz pálida de luna
iluminaba la escena.
Tu rostro, de tenue blancura
reflejaba aquella palidez.
Tus ojos de oscuro color
replicaban aquel esplendor.
Tu mirada clavada en la mía,
tu rostro clamando respuesta,
respuesta que no encuentro,
respuesta que baja mi mirada,
respuesta que callo porque quema
como fuego de mil soles.
Pero hoy no hay sol.
El brillo sólo es reflejo de luna.
Un nuevo brillo,
un reflejo que brilla cual perla.
Tu interrogante ya encuentra
respuesta que no te dí,
respuesta que callé.
Interrogante y respuesta se funden
en ese brillo singular
que se desliza sin prisa,
que corre sin pausa
nublando tus ojos,
surcando tus mejillas,
con brillo de luna
marcando tus lágrimas.
La imágen que acompaña este texto, ha sido tomada de páginas de imágenes publicadas en Internet. Ignoro quien es su autor, a quien respeto y agradezco haberla puesto disponible.

jueves, 18 de febrero de 2010

TITICO EL PERIQUITO




Autor: Miguel VALLE - Córdoba
Estimado lector: En este aparente cuento nada es lo que parece. Su Autor ha apelado a la sustitución de personas reales, por animalitos... y los objetos, por otros de su imaginación. Si lo haces, la situación es aplicable a relaciones humanas. Fino humor!! que lo disfrutes. Alfredo Mors.

Titico era nuestro periquito, de verde plumaje y de inculto lenguaje. Llegó un día a casa, quien sabe desde donde, con alas muy cansadas y el hambre de dos hombres.
Papá, que es carpintero, le fabricó un lorero, con todo lo preciso, para el genial Titico. Y allí pasó los días, en nuestra compañía, repitiendo casi a diario, algún nuevo comentario.
Mamá, que es enfermera, le brindó muchos cuidados, en otoño, en primavera, en el invierno y el verano. Y así pasó los días, nuestro amigo el gran Titico, y a todos nos parecía, el más lindo periquito.
Al parecer no compartían, de este buen concepto, mi gatita Sofía y nuestro perro Prudencio. Estaban muy celosos, ya que la algarabía, era el nuevo avecilla, que hasta cantaba de gozo.
Cuando papá volvía del trabajo, Titico batía diez aletazos, movía su cabeza de lado a lado, y daba vueltitas para festejarlo. Luego parlaba como para asombrarlo, diciendo que el clima estaba algo templado, que el euro y el dólar estaban bajando y que Navratilova era buena en el piano.
Cuando mamá estaba en la cocina, Titico gritaba: _¡ sin ajo y sal fina!, ¡la papa está dura!, ¡la carne está oscura!, ¡el postre está verde!, ¡¿qué quieres hacerme?!. Mamá lo calmaba con algo de agua y caricias al pico del buen periquito. Sofía miraba, Prudencio ladraba, y yo hacía barquitos y algún avioncito...
Un día de verano, papá llegó mojado, porque caía una tormenta con rayos y centellas. Ese día no se oía: los alegres aletazos, ni palabras del mal clima, o del dólar, o el trabajo. Papá se fue a su cuarto a ponerse ropa seca, y no hizo gesto ni pregunta de la emplumada ausencia.
Mamá volvió de compras y se puso a hacer la cena, y me dio un par de bolsas de la comida MASCOTAS CREZCAN. La serví en los dos platos, el de Sofía y el de Prudencio, y el perro a poco rato no dejó rastro del alimento. Sofía no probó nada, estaba echada y algo redonda... se veía muy relajada, como preñada sobre su alfombra, levantó su blanca cabeza, me miró y me guiñó un ojo... y dio un maullido breve y le pude ver los bigotes verdes.

sábado, 13 de febrero de 2010

Mi Niño

Autor: Alfredo Mors - (escrito en Córdoba-Año 2008)
Lector o lectora amiga, he querido incluir esta poesía que te parecerá quizás muy personal. La misma surgió del recuerdo imborrable, permanente, de mi hijito menor: Francisco Javier Mors.


Mi niño se ha dormido
en el cuenco de tu mano,
¿Que poder sobrehumano
te llevó, hijo querido?

Mi niño se ha dormido
y he quedado desolado,
cuanto sueño desvelado
en vacío lecho de nido.

Mi niño te has dormido
en suave cuna de nubes
será que así tú subes
al amor del más querido.

Mi niño te has dormido
eres Francisco Javier,
yo te busqué por doquier
y estabas en un sonido.

Ya mi tiempo he consumido
volverás en tenue brisa,
¿Por qué con tanta prisa
mi niño te has dormido?



Agradezco especialmente a la Diseñadora Gráfica Carolina MOINE, de Córdoba, esta imágen, en la que ella interpreta que son las manos de Ntra. Señora, quienes llevan este hijito al Cielo.

viernes, 12 de febrero de 2010

LLAMADAS EN LA LLUVIA

Autor: Alfredo R. MORS - Concepción-Tucumán

(Este cuento fue escrito en 2008, en el marco del Taller Literario de "Hospedería Padre Alberto Hurtado" de Córdoba, dirigido por las Lic. Mariana Valle, Laura Herrero González y Srta. Eugenia Tale, a quienes nuevamente agradezco su aliento para continuar en esta labor)

Caía una fina llovizna en esa tarde gris de otoño. Amalia se encontraba sola, como tantas veces en el último tiempo, en su departamento en el que había vivido casi desde que tenía memoria.
Estaba en ese cuarto que le servía de lugar para encontrar el reposo en las lecturas, en las que buscaba y a veces encontraba, alguna punta al ovillo en que se había convertido su vida y que muchas veces la sumía en una profunda melancolía.
Sentía que, con sus 40 años, se encontraba en un particular momento de su vida, luego de haber concluido la relación que mantuvo con Esteban, casi desde que eran adolescentes, cuando lo había aceptado a él en ese que fue su despertar al amor.
Dejó junto al sillón el libro que estaba leyendo y comenzó a mirar hacia la ventana, cuyas cortinas se encontraban descorridas, dejando ver los cristales en los que se iban deslizando suavemente, pequeñas gotas de agua de la persistente llovizna.
La llovizna, la lluvia y ella con sus recuerdos, especialmente de aquella despedida que la separó de Rodolfo, Melancolía asociada desde aquel momento, a la particular atmósfera generada por la llovizna.
Suena el teléfono. No esperaba ningún llamado en particular, ya que había restringido sensiblemente sus relaciones, como si buscara en la tranquilidad de los rincones conocidos de su hogar, una cierta sensación de paz.

Atendió el llamado. _Hola, ¿quién habla?
Del otro lado solo se escucha algo como una respiración y un raro silencio.
Vuelve a preguntar: _ ¿Quien habla?
De nuevo silencio y un cortarse de la comunicación.
No entendía que podía ser ese extraño llamado. Pensó quizá en una broma de mal gusto o en alguien que esperaba una respuesta distinta. No podía imaginar quien, de los que tenían su número telefónico, podía estar actuando así.
Volvió junto a la ventana. Continuaba cayendo una fina llovizna. Miró hacia la calle, dos pisos más abajo. Muy pocas personas se divisaban a esa hora desapacible.
Una silueta con impermeable y paraguas, dejaba la cabina de teléfono público ubicada en la vereda de enfrente, casi llegando a la esquina.
Algo en su modo de caminar o en su porte le resultó vagamente familiar o al menos conocido, pero no podía ser. Sabía que él se había radicado en la Capital hacía de esto mucho tiempo, cuando comenzó a trabajar como ingeniero de planta en aquella industria y luego supo que se había casado.

En eso le pareció que la figura en cuestión, se daba vuelta y elevaba su mirada hacia su ventana. Fue un leve gesto velado a la distancia por la bruma de la llovizna.
¿Sería posible? ¿Después de tanto tiempo? Volvió a pensar en el llamado. ¿Sería él? Y entonces... ¿por qué no se dio a conocer?
Los recuerdos volvían en torbellino sin ser llamados. Aquella placita del barrio con juegos infantiles, el tobogán, los sube y baja pero por sobre todo, las hamacas. Aquellas en que había experimentado, junto a Rodolfo, la sensación de volar.
¿Por qué justo hoy cuando acababa de cumplir los años hacía menos de una semana?
Fijó la vista en los cristales de su ventana. Las pequeñas gotas se deslizaban formando dibujos desiguales, juntándose y alejándose alternativamente, fdejando finos trazos.
Así, como finos trazos de lluvia de lluvia en un cristal, se mostraban sus recuerdos. Dos gotas de agua que un día se juntaron e intentaron un viaje o vuelo de hamacas, hasta que, casi en un instante, comenzaron caminos divergentes.
¿Sería efectivamente él? ¿Por qué no se dio a conocer en el llamado? ¿Qué ocultaría?
Rodolfo había vacilado. En el momento de escuchar nuevamente a Amalia después de tanto tiempo, había vacilado. No había encontrado palabras para darse a conocer y así restablecer una comunicación interrumpida, hacía mucho tiempo.
Al menos, eso sí, la había escuchado. Era su misma voz que aún resonaba en sus oídos, como un eco manifiesto de sus propios recuerdos.
Había caminado varias cuadras desde aquella cabina telefónica próxima al edificio donde, hoy había podido confirmarlo, ella continuaba viviendo.
Decidió regresar. La lluvia continuaba mojando las calles, veredas y árboles. Caminó cavilando y pensando como sería restablecer una comunicación cortada hace tiempo.
Una gota de agua se deslizó por el borde de su paraguas. Había sido muchas las que así habían caído en esa particular tarde. ¿Por qué fijarse hoy en esta?
Hace tiempo, otras gotas, otra lluvia. Un despedirse con un suave beso y tantos besos que quedaron guardados y no compartidos, bajo aquella lluvia que los vio alejarse como gotas de agua que se deslizaran separándose en trazos diferentes, sobre los cristales de una ventana.
Llegó a la cabina telefónica. Marcó el número que, ahora sabía, continuaba siendo el de ella. Esperó lo que le pareció una eternidad. Uno, dos, tres, cuatro veces sonó el teléfono antes de escucharse:
_ Hola ¿Quién habla?
_ ¿Amalia? Soy Rodolfo.
_ ¿Donde estás? ¿De donde estás llamando? Hace tanto tiempo que no sabía de Vos...
_ Estoy aquí, casi frente a tu casa. ¿Podré verte?
_ Puede ser. No podía creer que fueras Vos. Ya bajo.
_ Te espero.
Amalia buscó su impermeable, de un suave mostaza y su paraguas al tono y bajó. Él se encontraba parado mirando como ella iba a su encuentro, bajo su paraguas negro.
Continuaba cayendo la fina lluvia.
Ambos caminaron lentamente, como contemplándose primero desde lejos. Las gotas de agua caían lentamente de sus paraguas. Se pararon muy cerca. Se miraron. ¡Hacía tanto tiempo! Se encontraron. Dos paraguas empezaron a moverse muy juntos, alejándose, mientras de ambos caían pequeñas gotas de agua que iniciaban, ahora sí, un nuevo viaje.

Agradezco especialmente a la Diseñadora Gráfica: Carolina MOINE, CÓRDOBA, por esta imágen que es su interpretación del cuento

jueves, 11 de febrero de 2010

COMPLICIDAD DE ÁRBOL

Autor: Alfredo R. MORS - CONCEPCIÓN - TUCUMÁN

Volví a caminar aquellas calles de la infancia. Muchas habían cambiado para no volver ya más a aquella sensación de pequeña aldea de barrio que se iba transformando en la gran ciudad que hoy vemos, vivimos y a veces nos cobija o abruma.
Esas mismas calles, antaño adoquinadas o con tramos de simple tierra apisonada o enarenadas, que me vieron pasar camino a la escuela o a jugar en tantos baldíos, que eran casa, escuela de vida y potrero.
Cerca de uno de esos baldíos, quizás de los más grandes, transformado en paseo público abierto a una de esas calles que tantos recuerdos traen, crecía un árbol añoso. Quizás será por curioso que pensé si estaría. También si sería, hoy como ayer, confidente, protector y cómplice de algún chiquillo enamorado.
Digo esto porque el árbol fue a la vez, casa en las alturas insondables de sus ramas, para aquella escala de niño que lo veía como trampolín de sueños, para elevarse y así alzarse a la altura de las nubes y otras veces cobijo de sombras densas donde reposar de los calores, después de ganar en el potrero.
Con el tiempo fue cómplice y confidente de aquellos encuentros furtivos con ella, en ese despertar temprano de tiernos amaneceres al amor y allí a su calor y su protectora sombra nos vio tantas veces, soñar con ser y crecer.
Fue ese mismo árbol quien prestó, a mis manos su tierna corteza, admitiendo compartir y quizás recibir en su corazón generoso, aquel otro corazón con sus iniciales entrelazadas con las mías, como si con esto quisiera compartir nuestro secreto.
El cortaplumas de mi viejo, hurtado en un descuido, fue el instrumento para plasmar el intento de eternizar lo deseado y así dejar plasmado en tierno símbolo, la plenitud de un sentimiento.
Viejo árbol de mi infancia. Hoy te busqué por el parque en que transformaron mi baldío a ver si así encontraba aquél símbolo primero.
Estabas allí, casi igual. Ahora custodiado por otros de noble estirpe y con nombres latinizados. Vos te destacabas por tu rusticidad, que alguien con mucha bondad, consideró tu mejor virtud, sin conocer quizás toda la vida que atesorabas.
Recuerdo de infancia. Al verte volvían aquellas imágenes que resultan imborrables. Aquella cicatriz que dejó en tus brazos muñón, cuando sin razón, nos trepamos a tus tiernas ramas, un puñado de mocosos, que recibiste generoso en tu cuerpo leñoso, salvo que nuestro peso, quebró aquella rama.
Me aproximé a mirarte, ahora con detenimiento. También Vos estabas, un tanto arrugado. Tu piel de corteza evidenciaba como remedo, el mismo paso del tiempo que en mí había incidido.
Cerré los ojos y te palpé, como buscando el consuelo de encontrar aún guardado, aquel secreto de infancia. De pronto sentí, como flechazo profundo, que la punta de mis dedos había releído, ahora casi desleído, aquel símbolo preciado.
Allí estaba el corazón, en mi adolescencia trazado, con incisas señales en tu cuerpo y que conservaste guardado, durante todo este tiempo. Iniciales de nuestros nombres, entrelazadas con pudor, para ocultar el rubor con que grabé tu corteza. Hoy tengo certeza que cuidaste la promesa que en tu cuerpo grabé. Será que así guardaste, el testimonio perpetuo de aquel amor que evoqué.


Agradezco especialmente a la Diseñadora Gráfica: Carolina MOINE, CÓRDOBA, por esta imágen que es su interpretación del cuento.

miércoles, 10 de febrero de 2010

EXPUESTO

AUTOR: Marcelo Gastón VÉLIZ - CONCEPCIÓN - TUCUMÁN
Incluí este cuento de un amigo Tucumano. Espero les guste. Son quizás expresiones diferentes que merecen conocerse.

Todo parece pixelarse de rojo, no hay lugar donde este color pueda ausentarse. Miro fijamente la pared blanca y no dejan de mostrarse, cada vez que quiero esquivarlos, ellos vuelven a encontrar mis pupilas. Decidí cerrar los ojos y encontré su misma expresión, casi distraída, similar a la mía. No creo que sea el destello que busco. Abrí nuevamente los ojos y me invadieron sin pestañear. Cerré los ojos y mentí… ¡voy a abrirlos ya mismo! Efectivamente, fue tal la braveza con la que lo dije, que me convencí de que sí los tenía abiertos.
Salí de allí tambaleándome hacia unos escondrijos y sin contar las baldosas; era más importante que seguir siendo el distraído que juega a tener todo bajo control. Entonces alguien me dijo: ésa no es la manera de tener todo bajo control. Yo entendí: busca la manera correcta de controlar todo. Solía cumplir a la perfección los deseos de esas voces. Siempre con esa manera exclamativa de sugerirme puros antojos.
Me encontré en un lugar sereno donde pude esquivar los fantasmas que me atacan. En ese mismo lugar decidí quedarme hasta que ellos desistan de su accionar. Pasé mucho tiempo allí, alejado de la cotidianidad, rogando que no me encontraran. No tuve más alternativa, que resguardarme en ese aislado y desconocido, pero a la vez benigno lugar.
Ya en vísperas de una nueva primavera, solo dejo que el aroma de azahares invada el jardín que aún siendo invierno ya había anticipado su colorido con armoniosas mañanas, envueltas de colores radiantes. De pronto todo comienza a opacarse, los colores no son los mismos, el aroma pareció esfumarse. Esa es la señal de que una suerte de maleficio acecha mi presencia, contando detalle por detalle la carta de augurios que me deparan las próximas horas.
El encuentro se hace inconfundible. Esta moviéndose, parece flamear como una llama poderosa que me atrae a su lugar y mientras todo se tiñe de rojo sangre, voy deduciendo como esa cautiva fuerza que alguna vez cedió, consigue atemorizarme.
Impetuoso acomete su presencia. No será nada fácil poder defenderme. En su posesiva arremetida intenta derrumbarme incansablemente hasta saciar su sed de venganza, la ira que lleva en sí mismo. Sé que no debo caer. Su tentativa de dejarme vencer denota su estrategia. Ahora convencido de su manera de jugar, comprendí como escapar de sus garras. Brotan sus maldiciones, enfurecido con su mismo ser, sus estruendosas llamas comienzan a debilitarse como un alma sin fe.
Ya en su caída inminente, le doy la espalda sin escapar. En medio de la neblina persigo un haz de luz que me sitúa en un angosto pasaje por el que camino acompasado con la sombra erguida hacia la izquierda.
De ahora en mas sólo son recuerdos que se asoman a mi memoria, como si fueran manos que me toman del hombro y me hacen voltear la mirada hacia un tiempo atrás, en el que me encuentro tan expuesto a la sorpresa del azar, como quien escribe una historia sin saber cuál será su final.



martes, 9 de febrero de 2010

LA ENAMORADA DEL BALCÓN

Autor: Alfredo R. MORS - CONCEPCION - TUCUMÁN

Por que fue que fui aquel atardecer a donde fui y porqué ví lo que ví, tan luego yo que soy un escéptico en temas de misterios, no lo sé.
La cuestión es que no pude reprimir un algo que me decía interiormente que debía ir por ese camino, un tanto olvidado, de la villa serrana y tomar hacia una pequeña colina, pasando para ello por una senda casi perdida, entre los altos yuyos que crecía, a sus costados y lo descuidada y casi perdida huella, entrecortada por el escurrir incontrolado de las aguas de lluvia, que la habían ido carcomiendo.
A mitad de la senda, un viejo portón de hierro forjado con unas iniciales en la parte superior: E y A entrelazadas con artístico dibujo. El portón no tenía traba ni candado y sus bisagras chirriaron con metálico sonido ante la presión de mis manos.
Desde esa posición, se entreveía, casi al final de la senda, una construcción, a modo de pabellón de dos plantas, con techos cubiertos de tejas francesas.
Continué caminando, viendo y entreviendo el pabellón, entre las hierbas crecidas y los árboles que ahora bordeaban la senda, que se adivinaba había tenido otras dimensiones ya perdidas y que éstos árboles le daban el marco a ambos costados.
Al aproximarme al pabellón, una casona bastante espaciosa, vi que en medio del mismo, en la planta alta, se abría un balcón con balaustrada de pequeñas columnas redondeadas, semejando una sucesión de jarrones estilizados.
Al llegar a pocos metros de la casona, algo me hizo dirigir la mirada al balcón. Allí al instante vi aparecer. Sí, aparecer, porque les aseguro que antes no estaba, una mujer con un largo vestido blanco con falda amplia, como de fiesta, y que ahora se me antojaba que brillaba con fulgor propio.
Era una joven mujer, con sus brazos descubiertos y sus manos apoyadas en una semi tensión, sobre el borde superior de la balaustrada del balcón. Sus largos cabellos negros enmarcaban su rostro, que a la distancia, se adivinaba o percibía más allá de los sentidos, como dotado de una palidez fuera de lo común. Pero lo que más me llamó la atención era su mirada que denotaba, aún a esa distancia, una gran tristeza.
No me preguntes cómo sentí esta cualidad de su mirada. Su percepción diría que se impuso a mis sentidos como todo lo que a continuación experimenté.
En eso que estaba mirando hacia el balcón y la mujer, veo que la misma, en un gesto liviano, ligero, casi como si no le significara peso ni esfuerzo, se retrepó sobre el borde de la balaustrada, parándose un instante en la misma, para luego arrojarse al vacío, con las manos hacia adelante, como queriendo asir con ellas algo o alguien, más allá de sí misma.
Corrí desesperadamente hasta llegar al pie del balcón, donde presumí había caído la mujer. Nada había allí. Nada que no fuera un rosal, cubierto de rosas de un resplandeciente blanco, que me recordó al instante el tono del vestido de la mujer.
Corrí enloquecido desandando la senda por la que había entrado y en mi carrera, tropecé, sin haberlo visto antes, con un anciano de cabellos muy blancos, que venía en sentido contrario.
Como pude, le relaté todo lo que había visto. Me miró profundamente a los ojos y de los suyos, comenzaron a rodar por sus mejillas, lágrimas que no quiso disimular ni enjugar.
Me relató que allí, hacía de esto mucho tiempo, había vivido una joven: Eloísa, enamorada de André, quien había construido para ambos ese pabellón.
_Yo vuelvo cada 14 de abril, como le había prometido a ella_ me dijo el anciano, riego el blanco rosal y beso sus rosas.
Le pregunté quién era y me contestó:
_¿Cómo? ¿Aún no lo sabe? Mi nombre es André.

EL CERRO

Autor: Alfredo R. MORS - CONCEPCION - TUCUMÁN

Crucé el cerro entre nubes
y junto a misteriosas frondas,
ellas disfrazan con sombras,
fantasmales siluetas de árboles.

Alfombra de algodón se extiende
a los pies, cubriendo colinas,
por no develar el guardado secreto,
de quebradas y valles profundos.

Y arriba, en lo más alto,
un rayo de sol hiende la tarde,
reflejando en mil gotas de esa bruma,
los colores de un arco que se extiende.

Anticipo de sol, calor y color
reflejado en paleta alucinada,
que pinta del ocaso a la alborada
con pinceles que vuelan con fragor.

El camino serpentea en la trepada,
hasta el punto del estrecho mirador,
donde la vista se pierde en derredor
dejando el alma y la vida extasiada.

lunes, 8 de febrero de 2010

TIEMPO Y ARENA

AUTOR: Alfredo MORS - Córdoba - ARGENTINA

Si tuviera tan sólo un instante
si de mi tiempo no quedara
ni un solo grano de arena
por caer y pasar
de una ampolla a la otra
de aquel viejo reloj.
Si estuviera por detenerse
el viento o la brisa
y ya sin tanta prisa
estuviera llegando mi fin,
una sola cosa quisiera
y es poder vivir la quimera
de reencontrarme con quienes quise
y ya nada quieren de mi,
pero fundamentalmente que Tú,
Sí, sólo Tú,
Amor de un tiempo presente
Amor de un tiempo que soñé futuro,
fueras quien tuviera el duro
encargo de cerrar mis ojos,
de plegar mis manos
sobre el corazón que un día
se agitó y vibró por Ti.
A nadie digas quien eres
ni porqué estás allí.
Tú sabes cuento te quise,
nuestro camino fue y es
sólo eso: nuestro y camino.
También sabes cuanto te quiero
lo que no se si comprendes,
es cuanto aún después, te querré.
El tiempo es sólo eso.
Lo medimos como edad,
o distancia entre las edades,
sin ver que las mocedades,
son estados que refleja el alma.
El tiempo, nuestro tiempo,
quiso frenar el intento,
de expresarnos como el viento
desatando un torbellino
que juntara los granos
de las arenas de nuestros tiempos
de un modo tal,
que sea imposible distinguir
la blancura de tus playas,
o el perfil de tus dunas,
de aquellos pedruscos que un día,
comenzaste a pulir con amor.